EUSTAQUIO SÁNCHEZ SALOR

Paradojas de la guerra
Eustaquio Sánchez Salor

Muchas paradojas hay en la guerra. Del poeta Lucano es esta: "Habéis llevado la guerra a los que ya están vencidos"; esto es lo que Gracián llamó agudeza de ingenio; en una agudeza de ingeniose unen dos polos o extremos que chocan entre sí. Un ejemplo: una abeja murió atrapada por la gota brillante de la miel que ella misma había fabricado; y allí estaba la abeja muerta bajo la gota brillante; un poeta dijo de ella: "brilla" y al mismo tiempo "está a oscuras"; los dos polos chocantes son, por una parte, el fulgor y la dulzura del ataúd, que es la miel, y, por otra, la negrura y amargor de la muerte. Chocante es también la unión de estos mismos dos polos en la guerra: a un lado, el brillo de las armas del vencedor - antes era el brillo de las espadas, tan cantado por los poetas épicos; ahora es el brillo, en el cielo, de los fuegos bélicos - , a otro, la negrura de la muerte y del desastre del vencido. Pues bien, "hacer la guerra a un pueblo ya vencido" es una paradoja, una agudeza conceptiva, muy antigua y también muy actual, cuyos polos o extremos son "guerra", por una parte, y "vencido", por otra; un pueblo vencidos ya no necesita guerra. Llevar la guerra al ya vencido es una cruel ironía. Como es una ironía hacer la guerra teniendo detrás un pueblo vencido.

Gran actualidad tiene esta otra agudeza de mismo poeta: al contar la hazaña de un soldado pompeyano, el cual se ve en un momento rodeado por todo un montón de enemigos, dice Lucano: "La Fortuna vio en aquel momento enfrentarse a un par hasta entonces desconocido: una guerra contra un hombre".

Esto es algo nunca visto, decía el poeta latino: hacer una guerra contra una sola persona. La fatal contradicción es que casi siempre las guerras son provocadas por una sola persona de cada lado, pero son sufridas por ambos pueblos. Más valdría que hicieran lo que los viejos héroes: dilucidar las diferencias entre pueblos en combates singulares de los jefes. Como David y Goliat, que dilucidaron las diferencian entre israelitas y filisteos enfrentándose sólo ellos dos. Pero eso parece que sólo fue cosa de héroes.

Cruel paradoja de la guerra es la de justificar sus desmanes con esta sentencia: "la guerra no conoce la mesura", que es como decir que en ella está todo permitido; y pedir después de la guerra que se imponga, entonces ya sí, la mesura y la sensatez. Cuando, en una tragedia de Séneca, al tirano de Tebas, Lico, le reprocha sus desmanes la joven hija del rey anterior, asesinado y derrocado por Lico, éste se justifica recurriendo a esa cruel sentencia: "las armas no guardan la mesura". Y el mismo Lico, después de la guerra, pretendía que ya sí se impusiera la mesura; "si yo he depuesto las armas, tú debes deponer ya tu odio", le dice el mismo Lico a la joven muchacha; pero ella está firme en su posición: "Me has robado mi padre, mi reino, mis hermanos, mi hogar, mi patria. ¿Qué me queda? Una sola cosa me queda y la quiero más que a un hermano y que a un padre, más que a un reino y que a un hogar: el odio". Y es que, entre los antecedentes o debates previos a la guerra y las consecuencias de la misma se da siempre un choque brutal. En los antecedentes todo es presentado como razonable; en las consecuencias y en los resultados todo es irracional; en efecto, en los antecedentes siempre se ofrece una justificación razonada: la paz, la libertad, la religión, la prevención; en los resultados siempre hay que contar muertes y ruinas. Y odios que provocarán otra guerra. Es el triste cuento de nunca acabar en la historia del hombre. Y no aprendemos.